De esas depresiones que arrastran faldas negras, que se adornan con grandes túnicas carmesí de tanto sangrar el corazón, cuando la espiral parece tocar fondo, el cinismo deja de ser la excusa... te haces adicto y punto. A sentir el pecho apretado, a que la rabia escape como dolor en el centro de las manos, al roce tibio y placentero de una lágrima en tu nariz. Conquistar el sentido de la sobrevivencia, volcando las estructuras sociales y dándole el culo al mundo de golpe. Adicto al revoloteo de las mariposas, al olor del sufrimiento, a los colores del invierno... y a las faldas negras. Y una vez más en la hoja del árbol, las cosas son cíclicas, cíclicas, cíclicas, cíclicas, cínicas, cíclicas. Habiendo tantos árboles, no me gusta saber que se acerca mi otoño.